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domingo, 28 de septiembre de 2014

Sermón décimo quinto domingo después de Pentecostés

 
Texto Mateo 20:1-16
21 septiembre 2014

El viernes pasado, pude escuchar por radio parte de la “Conferencia Magistral” que ofreció el educador y filósofo español, Dr. Fernando Savater.
El tema principal fue la educación y la pregunta que buscaba
respuesta era: ¿para qué educamos?
 Respondió: la educación es fundamental para la
 convivencia humana.

Y el Dr. Savater mencionó tres elementos fundamentales en la educación:
el coraje, la prudencia y la generosidad. El coraje para
enfrentar las situaciones de la vida; la prudencia
para conocer los límites y la generosidad para
alcanzar a los demás (paráfrasis mío).

 El educador enfatizó: “nuestra humanidad se desarrolla dándonos a los demás.
Lo semejante es lo que nos hace bien, porque aprendemos
 a vivir de otros seres humanos, no de objetos”.

En el evangelio de hoy,  Jesús enseña a los discípulos los valores del reino.
Y lo hace como todo un gran educador, haciendo uso de una
comparación directa (simil) para explicar el sentido
 o significado de su mensaje.

Al igual que Savater, Jesús educa dentro de un contexto de principios
éticos. Y lo hace utilizando los recursos a su alcance, siendo
también la vida cotidiana el vehículo para
hacerse entender.

Jesús nos educa para que como pueblo de Dios, convivamos
tomando en cuenta al otro y la otra. Sobre todo, que
podamos entender que su gracia está al alcance de cada ser
 y que ni tú ni yo, decidimos a quién, cómo,
 cuándo y dónde es concedida.

En el relato que hace Jesús del dueño de la finca encontramos
 que él les invitó a laborar y no tomó cuenta cuántas horas o minutos
trabajaron. Esa no fue la medida para retribuirlos.

Lo que sí  tomó en cuenta fue  la disposición para realizarlo.
La medida para retribuirlos, para
compensarlos, fue su propia generosidad.

La gracia de Dios no toma en cuenta el tiempo humano.
 En el reino de Dios no hay derecho de antigüedad,
 como sí existe en asuntos laborales humanos.
Y yo no estoy diciendo que eso está mal.
Lo que trato de explicar es el
alcance del amor de Dios
por la humanidad.

Dios concede su gracia igual a quien entra temprano,
como al que lo hace más tarde.
Lo mismo puede trabajar el que acaba de llegar como el
que lleva mucho tiempo.
Esto es aleccionador para la iglesia.
 
Dice un reconocido exégeta que por eso las personas
 que son miembros de la iglesia hace mucho tiempo, no deben
 asumir que ésta les pertenece y mucho menos
pensar que tienen exclusividad para
dictar las pautas.

El Dr. Savater por su parte, dice que en la educación democrática
no se trata sólo de tener razón, sino ser razonables.
Entonces  pienso yo, que los cristianos debemos estar
en constante reflexión para que el reino de Dios
avance en medio nuestro.

La ilustración que expone Jesús sobre el reino de Dios
nos da una idea de cómo trabajar desde aquí,
para que siendo instrumentos de él echemos a un lado
 los obstáculos que afectan que su reino avance y
 se extienda en el mundo.

Por tanto, tenemos que trabajar con nuestro modo de ver
las cosas, con nuestras fijaciones, que nos ciegan,
y con el egocentrismo que aguanta la
expresión amorosa y compasiva.

Examinemos nuevamente el ejemplo de los trabajadores.
Los obreros de la viña, armaron un “sal pa’fuera”,
pero el dueño les dijo que la opción de darle o
 pagarle en igual condición era su prerrogativa.

Él cumplió con el contrato. Le pagó un denario,
el equivalente a un día de trabajo.
No violentó el acuerdo.

Ni ustedes ni yo debemos entrar en cuestionamientos
 con Dios por su bondad o generosidad.
Dios no mide con la misma vara que nosotros/as.
 
Su gracia es inmerecida, va más allá incluso de
lo que podemos comprender y razonar.

A veces podemos ser como Jonás; mientras las cosas
suceden como uno quiere, estamos bien. Pero
si las cosas salen al revés, nos enojamos hasta
con Dios.

Jonás estaba de brazos caídos. No quería asumir
la tarea que Dios le encomendó. Bajo su protesta sólo veía
 su punto de vista y no quiso negociar. 

Ustedes y yo, como Jonás, fuimos invitados/as a laborar en la
Viña del Señor. Somos sus obreros y obreras.
Todos/as somos necesarios e importantes.

Tenemos que hacer lo mismo que hacía Jesús con
 sus discípulos. Él les educaba, les enseñaba
los valores del reino y les invitaba
a practicarlos en sus relaciones
unos con otros y con los demás.

La ética es importante.

Educamos para convivir conforme a los valores del
reino de Dios y para prepararnos para el cumplimiento
de las promesas del reino.

Nuestra tarea es colaborar en la construcción
de ese reino. Lo que se construye bajo el liderazgo
Dios en Cristo requiere el trabajo colectivo.
Todos los llamados y llamadas tenemos
"un puesto y una misión".

 
El desea que nosotros seamos
generosos unos con otros y sirvamos
sin mirar a quién.

 Mientras el reino sigue en construcción apliquemos
lo aprendido. Tengamos el coraje para enfrentar
las situaciones de la vida, la prudencia para
reconocer nuestras limitaciones humanas y,
la generosidad para darnos a los demás.

Dios en Cristo nos retribuye con el mejor regalo:
su gracia. Caminemos gozosos y gozosas y,
llevemos su mensaje con alegría.









                                                                                                                        

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